La vida es uno de los elementos más
frecuentemente metaforizados. Algunos poetas lo comparan con colinas, los
pensadores lo asemejan con una carretera, los pesimistas con tormentas eternas
y los positivos con un paseo emocionante. Pues yo digo que la vida es una aventura.
Una en la que nos encontramos con aliados que nos acompañan en la travesía y
hallamos villanos que buscan deliberadamente estancarnos en la perdición.
No hay relatos de aventuras en
que los personajes con misiones peligrosas se rindan a sus miedos y aún así
logren la victoria; incluso dentro de la ficción debe haber realidad. Así es la
vida; una misión peligrosa que sólo los valientes pueden conquistar. No por
causa de falta de miedos o tormentas pasajeras, sino a causa de la superación
de todos estos y aprender a sobrellevar las dificultades y salir a flote con
esperanza.
Atrévete a ser valiente. Quizás
en medio de edificios, contaminación en las calles, altos niveles de tránsito
vehicular y noticias amarillistas, es difícil creer en algunas metáforas de la
vida. Pero muchas son ciertas: hay tesoros escondidos que reclaman por tu
nombre, hay un espacio en lo alto de la colina para colocar tu bandera, hay una
meta al final de la carretera donde te espera la victoria. Sólo hay que saber
elegir las batallas que importan, no dejar que nada ni nadie te pisotee y creer
que Dios está durante este proceso. No importa la metáfora que utilices para
referirte a la vida, Dios estará presente en cada una de ellas para hacerte ver
que la vida vale la pena y que los sueños se hacen realidad para aquellos que
se apasionan en conseguirlos por métodos correctos.
El mundo necesita de valientes,
necesita de creyentes que glorifiquen el nombre del Señor. Y esos valientes salen
de sus casas en busca de las aventuras que tienen sus nombres escritos; ya
saben que Dios les tiene preparado un final feliz.
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