domingo, 6 de mayo de 2012

FAMA

Cada vez que vamos para un lugar nuevo tenemos muchas expectativas sobre lo que pueda suceder: si tendremos el mejor momento de nuestra vida o si tendremos que seguir lidiando con personas que no son de nuestro agrado. Y cuando volvemos a un lugar que dejamos por mucho tiempo nos preguntamos: seré aceptado de nuevo o enfrentare los mismos obstáculos que abandone la vez anterior.

Porque cuando entramos en un ambiente social, somos objeto de análisis, las personas nos escanean y nos etiquetan con tal rapidez que terminan dicha labor antes de incluso ser presentadas a nosotros. Y si bien la primera impresión es muy importante, el resto de la historia depende de gran parte de nosotros. Pues con nuestras acciones las personas cambiaran una etiqueta por otra, o bien subrayaran la anteriormente puesta. Y conforme pasa el tiempo vamos adquiriendo una sombra que suelen llamar "fama".

Los que nos conocen de antes van adquiriendo opiniones sobre nosotros, buenas o malas, que van sumando peso a esta fama, hasta convertirla en una corona que se lleva con orgulloso o una mancha incomoda  difícil de quitar. Lo triste es cuando esa fama no es ganada, sino que las personas se han hecho una mala impresión de nosotros debido a malos sentimientos, confusiones, o malas compañías.

Pero mas difícil de quitar y más valiosa que una corona es la identidad. Esta es inmutable y fuerte, no se deja llevar por los susurros ni por las intrigas, sino que nos hace levantar y nos recuerda quiénes son y, que sin importar lo que digan de nosotros, Dios es capaz de entender y amar nuestra identidad, de perdonar nuestros errores y ayudarnos a ser mejores personas, y eso es más que suficiente. Y si nuestra identidad se basa en la fe en Cristo, no hay fama que nos pueda tocar.

Sin embargo, cuando esta identidad está sostenida de una base inestable y se esfuma entre las circunstancias, puede ser destruida por la fama y alguien puede hacerla explotar frente a nuestra cara.

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