lunes, 26 de abril de 2010

Humanos al fin de cuentas

A veces nos dan más que la vida; nos dan la de ellos. Nos ofrecen el consejo que necesitamos para que no cometamos los mismos errores que ellos. Pero muchas veces nos conceden el silencio; ellos como papás saben que las manecillas del reloj se encargarán de hacernos entender. Nosotros, como hijos, pasamos la vida intentando alejarnos de ellos, sólo para probarles que nos valemos por nosotros mismos. Lo lamentable es que, cuando nos percatamos de ese error, nos aterra ver cuántas veces ha llegado la manecilla al doce.

¿Qué nos hace caminar cuando somos bebés? ¿Es alcanzar a mamá, o es alcanzar algo que ella no ve? ¿Por qué lloramos el primer día en preescolar y a los meses lloramos cuando estamos enfermos y no podemos ir? Nos maravilla el mundo que no conocemos, un mundo que nuestros papás ya conocen. En la graduación de sexto grado estamos ilusionados; ya no seremos niños. En el colegio, en medio de nuestra conflictiva adolescencia, nuestras dudas existenciales nos impulsan a tener constantes choques con nuestros papás. Queremos ser libres, ellos no nos entienden, no pasaron por lo que nosotros sí; nosotros sabemos lo que nos conviene. Al tiempo nos damos cuenta que fue un error pensar así, ellos también fueron adolescentes.

Nos miramos al espejo y no somos los mismos; tenemos tiempo de estar en la universidad y con tantas cosas que hacer. Los exámenes, los proyectos, las fiestas, los enredos amorosos… y nuestros padres aguardan en la casa, con fe de que todo resulte de la mejor manera, deseando que nos sobre un tiempo libre que lo dediquemos a ellos y no a Facebook o al prime time de Warner Channel. Entramos a trabajar porque necesitamos dinero; el que nuestros papás nos dan no es lo suficiente. Compramos nuestro primer carro para ir a la playa todos los fines de semana; es tan necesario escapar de la casa en medio del estrés del trabajo.

Y de repente una noticia nos golpea. ¿Pero cómo decirle a nuestros papás que hemos fallado? Cómo decirles que nos despidieron por otro mejor, cómo confesarles que perdimos la materia más cara del curso, cómo explicarles que ahora tendremos un bebé con alguien que recién conocemos. Es difícil porque nos imaginamos su reacción; nadie quiere saber que su hijo se dejó llevar por las drogas, que sobornó al profesor para graduarse, que se cuestionó su sexualidad, que se dejó golpear por el novio… cómo decirles que somos humanos. La sorpresa es que ellos también lo son.

Pasamos nuestras vidas queriendo ser adultos independientes, pero a quién recurrimos cuando tenemos un problema. Los papás son constantes, al igual que su tarea de guiarnos. Podemos tener más de cuarenta años, tener desde ya nuestra familia y nuestro negocio o podemos ser ese niño que se rompió al caer de la bicicleta; siempre los necesitaremos. Como mi sabio padre me dijo: “los problemas no cambian de moda”. Es en ese momento, cuando nos consuelan y nos sorprenden, que nos enteramos de que el amor de una madre o padre es radiante, innegable, indestructible y adorable. ¿Por qué alejarlos si lo único que piden es que los dejemos hacer lo que tanto anhelan? Ser humanos junto a sus hijos.

domingo, 21 de marzo de 2010

6.2 La Tierra nunca para de moverse

Este video lo hice recién el suceso en Cinchona, en el cual aparece imágenes del sufrimiento costarricense y otros hechos internacionales. Ahora sumamos tragedias como la de Haití y Chile, por lo que debemos sentirnos familiarizados con su dolor.

Cinco cero what?


Otro artículo. Este busca concientizar sobre la identidad nacional, opacada cada vez más por nuestros desvíos culturales, de los cuales soy víctima yo también.

martes, 9 de marzo de 2010